Mérida, 25 de octubre. – Cuando se habla de Día de Muertos es normal relacionarlo con los platillos más exquisitos de la gastronomía mexicana, es la oportunidad de volver a deleitar a todos aquellos que partieron con sus guisos favoritos, el momento de volver a conectar con ellos y esperarlos con la mesa puesta.
Para conmemorar a los difuntos en Yucatán se celebra el “Hanal Pixán”, que traducido al español se entiende como la «comida de las ánimas».
Si bien en la antigüedad los mayas no tenían una fecha específica para celebrar a sus difuntos, creían en la existencia del peregrinar de los muertos a través del Yaxché (o ceiba, árbol sagrado) con el fin de alcanzar su destino final en el Xibalbá.
Ese paso se daba a través de los altares u ofrendas donde mediante algunas figuras de barro representaban a sus difuntos, evidenciando la importancia de mantener viva la presencia de su ser querido en su hogar. Con la llegada de los evangelizadores se designó una fecha que coincidiera con la fe católica para celebrar mártires o santos, comenzando el 30 de octubre para las ánimas que no tienen familia, el 31 dedicado a los niños, el día 1 a los adultos y el dos a todos los santos.
Y es así, como lo que hoy conocemos como Hanal Pixán, es considerado como un momento en donde las ánimas “reciben permiso” para visitar a sus familiares y amigos, que gustosos de volver a recibirlos ponen ofrendas con sus alimentos y bebidas favoritas a través de un altar.
En Yucatán, la tradición indica a los ocho días de haber recibido a todos los santos y una vez más el 30 de noviembre, la familia se reúna para despedir a todas las ánimas que vinieron a visitarnos, para ello realizan platillos emblemáticos de estas fechas, como el mucbipollo, especie de tamal hecho con masa de maíz y manteca, relleno de carne de pollo y cerdo condimentada con tomate y chile y que se hornea enterrado.
Para acompañarlo, los yucatecos acostumbran preparar una ensalada de naranja, mandarina, jícama y chile molido llamada xec.
Un altar de muertos yucateco no estará completo sin sus dulces típicos de papaya, coco y pepita, un rico atole acompañado de tamales de xpelón (un frijol endémico) y un delicioso balché, el licor ceremonial de origen prehispánico, usado por los mayas en sus rituales religiosos y curativos.
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